«El error más extendido acerca de este Arcano es el de la tradición superficial que le da el significado, y a veces el nombre, de La Muerte».
La Vía del Tarot, A. Jodorowsky y M. Costa, 2005
Así es como empieza el que tal vez es uno de los libros más influyentes de Tarot en habla hispana y al que le podemos atribuir la paternidad de renombrar a esta carta como «Arcano Sin Nombre«, lo que en sí mismo encierra una paradoja: «Arcano Sin Nombre» se transforma en el nombre propio de esta carta. Al bautizarla de esta manera lo que se establece es una negación de una identidad bien establecida iconográficamente en el Tarot y que culturalmente no deja ambigüedad al respecto.
Sin dudas el tema de lo mortuorio significa un gran tabú en la sociedad, algo que incomoda, algo que genera terror porque no queremos morir. Pero la muerte existe, acontece y nos va a suceder a todos. El Tarot muestra en su narrativa alegórica este suceso inexorable de la existencia.
Por ello es que vamos a hacer un recorrido sobre la verdadera identidad de esta carta a partir de sus elementos iconográficos, cómo se la ha recogido en los distintos mazos históricos que perduraron hasta la actualidad y en las referencias literarias que han hablado acerca de los Triunfos. De esta manera podremos reflexionar al respecto de si la ausencia de un nombre expreso implica la negación de su identidad y qué representa para nosotros borrar de nuestra representación del mundo la noción de «muerte».
El surgimiento y consolidación iconográfica del esqueleto
Somos huesos; al morir, éstos son la prueba arqueológica de nuestro paso por este planeta. Es una relación bastante evidente entre la imagen de un esqueleto con la noción de muerte, pero la estandarización de una iconografía que personifica la idea de lo mortuorio es algo que se ha tomado su tiempo en desarrollarse y que, veremos, el momento histórico en el que eso finalmente se asienta coincide con el surgimiento del Juego de Triunfos1.
Cuando pensamos en la Antigüedad Clásica (Grecia y Roma), los dioses que cumplían este papel no eran encarnados de esta manera: Thánatos (Grecia) aparece siendo inicialmente una «fuerza cósmica«, hijo de Nyx («Noche»), hermano de Hipnos («Sueño») y Moros («Destino») 2. En varias representaciones se lo muestra recogiendo a los fallecidos en campo de batalla junto a su hermano Hipnos, en donde se lo representa como a un joven alado y bello, quien cumplía la función de transportar a los caídos hacia el Inframundo. Nótese que Hades no es concebido como el «Dios de los Muertos» sino como el rey de ese mundo. Thánatos es quien personifica a esta fuerza.

En Roma es en donde comienza a hacerse presente la imagen de la calavera vinculada con la iconografía de lo mortuorio. En un primer momento esta imaginería denominada «Caput Mortuum alatum» («cráneo alado», que comienza a hacerse popular a partir del S. II A.C., representa la anima que abandona el cuerpo del difunto, cumpliendo una función transicional hacia lo divino antes dar personificación al concepto «muerte»3; posteriormente esta composición mutaría, incorporando otros atributos como reloj de arena, rueda y plomadas, convirtiéndose en una alegoría del carácter «igualador» que posee la muerte ante ricos y pobres, como así también de la naturaleza pasajera de las posesiones materiales; se transforma en un recuerdo de la fugacidad de la vida, memento mori («recuerda que vas a morir»).4


Si bien con el surgimiento y dominio religioso que el Cristianismo establece tras la caída del Imperio de Occidente se adopta de manera canónica la figura del Jinete del Apocalipsis Muerte en libro homónimo (6:7-8), éste no es representado como esqueleto sino con piel amarillo-verdosa denotando palidez mortuoria, o identificándoselo empuñando su arma (espada) o cabalgando entre cadáveres acompañado por Hades como lo describe el pasaje bíblico. Con el cambio de las prácticas funerarias que atrajo el Cristianismo a través de la implementación de cementerios en los terrenos inmediatos de las iglesias, la presencia de la imagen mortuoria se vuelve cada vez más cercana al hacer hacer popular hacia el S. IX los «cadáveres adyacentes«, esculturas que muestran a los difuntos en eterno reposo, en algunas ocasiones en estado de descomposición.


Izquierda: El Encuentro entre los Tres Vivos y los Tres Muertos, Salterio de Robert de Lisle, c. 1310, British Library
Es con la enorme desolación que la Peste Negra trae en Europa (1348) es que vemos que la figura del esqueleto se posiciona iconográficamente como personificación de la Muerte. El S. XIV fue el siglo de la «gran crisis»: hambrunas, revueltas sociales y guerras en distintos puntos del continente, la peste. Todo esto no solamente llevó a deteriorar las bases del modelo de producción feudalista sino que también fue un catalizador para el cambio de perspectiva que el arte, la filosofía y la producción de conocimiento se tenía hasta ese momento, orientando la mirada ya no sólo a Dios como Creador de la existencia, sino a los hombres y mujeres que la experimentan. En este contexto la identificación de la Muerte como un esqueleto queda ya establecida en el imaginario colectivo a través del auge que el género literario y artístico de las danzas macabras habían cobrado en medio de la pandemia de la Peste Negra. Villas y ciudades enteras quedaban desoladas, incontables cantidades de muertos se apilaban en los campos y caminos; cuerpos en putrefacción y esqueletos de los que ya nada quedaban oficiaban como un crudo recordatorio de que «vos podías ser el siguiente».
Por un lado, esto generó una reacción piadosa, orientada a pedir misericordia a Dios y la salvación del alma de las penurias del infierno (lugar que también en este momento histórico construye su identidad iconográfica, principalmente influenciada por Dante), en donde la Iglesia lanza todo un aparato de propaganda de la «condena eterna» con imágenes grotescas decididas a traumar a quien las vea. Pero por otro lado también se dio otro tipo de respuesta, una que se avocaría a disfrutar de los placeres terrenales y la vida. Desde este matiz festivo, alegre, es que los muertos comienzan a danzar con los vivos para llevárselos a sus cortejos, sin distinción de estatus, edad ni sexo. La danza macabra retoma la función «igualadora» de la muerte y la fugacidad de la vida, una vida que no vale la pena ser vivida con miedo ni sufrimiento, sino con alegría y goce: carpe diem, memento mori.

El Triunfo de la Muerte
Con Francesco Petrarca, una de las figuras claves del Humanismo, y su poema Los Triunfos, es que vamos a encontrarnos con el Triunfo de la Muerte, en donde ésta se erige personificada como un esqueleto montando un carro tirado por bueyes negros. El poema de Petrarca y la iconografía de su obra constituyen el antecedente directo de lo que unas décadas después encontraremos en los primeros ejemplares de Juego de Triunfos. Hacia mediados de 1400, cuando aparecen primeros ejemplares que conocemos de éstos, no solamente es innegable la identidad que esta carta posee iconográficamente sino también conceptualmente. Ya sea montada a caballo personificando al Jinete del Libro de las Revelaciones, o con arco y fleca como atributos que la relacionan con la idea de «plaga», esta carta alegoriza la Muerte como tal. El relato moral que la secuencia de Triunfos nos muestra no la ubica como el «final de la existencia»; tanto en la obra de Petrarca como en el Juego de Triunfos ocupa un lugar intermedio en la narrativa dado que ambos nos muestran que a la muerte física le sucede, hacia el final del recorrido, el «triunfo del alma», la Salvación, el reencuentro con Dios, expresado como el Triunfo de la Eternidad en Petrarca y como la carta El Mundo en el Juego de Triunfos.
La iconografía de las cartas iluminadas que nos llegan de 1400 y de las planchas xilográficas sin cortar de 1500 siempre nos lo muestra como un esqueleto, ese cuya identidad ya ha quedado definida como «Muerte» en la cultura popular renacentista. Esto también es reforzado en las distintas referencias escritas que hablan de estos juegos de cartas: el nombre asignado es siempre «Muerte». Como ya me referí en el artículo sobre la diferencia de numeración entre La Justicia y La Fuerza, los primeros mazos de Triunfos no poseían en sus cartas numeración ni nombre expresos sino que aprenderlos era parte del juego en sí. Con el correr de 1500 es que empiezan a aparecer los primeros ejemplares con nombre y numeración marcados en las cartas. Ya en 1600, cuando el patrón Marsellés empieza a consolidarse, empezamos a observar la moda de dejar a estar carta sin nombre expreso, pero en algunos ejemplares históricos de este patrón al igual que otros que son contemporáneos a éste podemos observar que sí recibe nombre y que éste es inequívoco: La Muerte. La sola prueba histórica alcanza para refutar el postulado de Jodorowsky y Costa de que esta carta «no posee nombre»; sí lo posee, tiene una identidad bien definida.




Abajo: Tarot de Marsella de Jacques Rochias, 1816; Tarot Belga de Ignaz Vandenborre, 1762.
Cualquier persona que vea esta carta sin dudarlo diría que es la Muerte, porque todas las referencias iconográficas y culturales que nosotros poseemos como Occidentales nos llevan en esa dirección. Por lo tanto, aquí vemos dos grandes temas: por un lado, la afirmación de que esta carta «no tiene nombre«, tomando de referencia sólo un tipo en específico de patrón histórico que no es representativo de todas las otras manifestaciones históricas del Tarot; por el otro, la aseveración de que por «no tener nombre» la identidad de la carta no es la que iconográfica y culturalmente nosotros pensaríamos.
Negar la identidad
Al afirmarse que esta carta no tiene nombre se le está negando la propia identidad. La implicancia de esto es borrarle al Tarot la capacidad de mostrarnos la propia realidad que nos envuelve. En la vida hay muerte, hay pobreza, hay enfermedad, hay dolor, hay miedo, hay angustia. Si las borramos de nuestro lenguaje también borramos de nuestra capacidad de entender la realidad del consultante su dolor, su angustia, su sufrimiento. Esta es la discusión de fondo que se abre: la negación del dolor que nos habita.
Al negársele la identidad a esta carta se la está vaciando de todo su contenido; deja de ser una alegoría que intenta transmitirnos algo que existe en nuestro cotidiano para transformarse en un símbolo vacuo que responde a una visión infantil y negacionista de la realidad, los hace desaparecer del tejido simbólico de la cultura5. Este caso pone en evidencia la manera en la que se tergiversan los símbolos para que éstos dejen de mostrarnos todo aquello que incomoda y sean sólo un dispositivo complaciente, acrítico de la realidad y ajeno a ella. Borra esas categorías que nos ayudan a descifrar el mundo que nos rodea y a comprenderlo desde lo que es. Los símbolos se transforman así en un aliado de un orden discursivo que sólo quiere entretener, olvidar, evadir. Borrar del vocabulario del Tarot la palabra «muerte» y este concepto no hace más que limitar y empequeñecer nuestro mundo. En palabras de Wittgestein, «los límites de mi lenguaje son los límites de mi mundo«6.
Sin importar que nosotros enfoquemos nuestra práctica del Tarot hacia nuestro propio autoconocimiento o si la ofrezcamos como un servicio a los demás; o que trabajemos de manera predictiva o «evolutiva» como lo proponen Jodorowsky y Costa, la capacidad de nombrar algo nos habilita el poder de reconocerlo, de señalar su existencia e influjo, y poder comprender el impacto que está teniendo dentro del proceso personal del sujeto o como un escenario externo. Hay un viejo dicho que dice que «el primer paso para solucionar un problema es reconocerlo«. Si intento dar ayuda o recursos al consultante a través de las cartas, necesito tener la mayor cantidad de herramientas que me permitan poder reconocer esos problemas para poder orientarlo con los recursos adecuados. Necesito que existan cartas con la capacidad de mostrarme dolor, pérdida, luto, miedo, incertidumbre, final, muerte. Necesito que esas categorías existan en mi representación del mundo porque esas categorías existen en el mundo. Si eso es lo que atraviesa a una persona requiero del vocabulario para poder verlo y entenderlo. Si elimino esos conceptos de mi visión del mundo, estoy achicando a éste y estoy reduciendo la experiencia subjetiva de ese otro, si es que no anulándola. «Todo está bien, no estés triste«. ¿Por qué no habría de permitirse experimentar la tristeza?
La Muerte no es el final
Como mencioné antes, tanto Petrarca como el Juego de Triunfos nos ubica a esta alegoría en una posición intermedia, no es el Triunfo final. En el caso del poeta humanista, tras el Triunfo de la Muerte vienen el Triunfo de la Fama, la cual permite sobrevivir la muerte física (por ejemplo, casi 700 años después de su muerte, aquí estoy, citando a Petrarca); el Triunfo del Tiempo, el cual transcurre y devora todo, el Olvido; y, por último, el Triunfo de la Eternidad, que nos muestra que lo único que realmente sobrevive a la muerte física y que es menester cuidar es el Alma inmortal.

En el Juego de Triunfos / Tarot vemos que aún hay 8 cartas más detrás de ésta. Si nos atenemos a la idea original de estas cartas como una Procesión Triunfal alegórica7, en líneas generales nos está contando el mismo relato que Petrarca: el camino que pasa el Alma luego de su muerte. Si seguimos el orden C de Dummett8, el cual recoge el Tarot de Marsella y el Tarot Rider Waite Smith, luego de La Muerte le sigue La Templanza; esta Virtud Cardinal es la que tempera las pasiones del cuerpo, libera del apetito que nos gobierna en vida, y prepara al Alma para poder enfrentarse a El Diablo, el Príncipe del Mundo Material, quien gobierna este plano y nos ata a él a través de las tentaciones y apetitos. La siguiente carta, La Torre, en muchos referencias escritas era denominada como La Casa de los Condenados o La Casa de Plutón; básicamente, la representación del lugar en el que las Almas quedan apresadas por su apego a los apetitos corporales, el Infierno. Vemos que La Templanza prepara al Alma para estas dos experiencias que debe atravesar para finalmente purgarse de todas las ataduras terrenales; tras ello, La Estrella ha sido entendida como una representación de las Esferas Celestes de la cosmovisión Neo – Platónica: cuando el Alma baja a la Tierra, atraviesa cada una de estas esferas concéntricas que rodean al planeta, impregnándose de sus cualidades; al morir el Alma realiza el camino inverso, liberándose de las influencias de los planetas. La Luna representa el umbral que cruza el Alma para llegar al plano supralunar, en donde vuelve a emerger la Esencia Divina del Alma en El Sol. El Juicio muestra la ascensión hacia la Fuente Creadora del Todo, Dios, representado como El Mundo.

Este relato alegórico que contaba originalmente la secuencia ha sido reinterpretado de múltiples maneras, y en muchas de ellas aún se conserva la lectura de que los Triunfos nos muestra una parte Terrenal o en vida de la experiencia, y otra parte Celestial o más allá de la vida física. En tradiciones como las de la Golden Dawn, La Muerte no es una muerte literal sino que es un rito de paso iniciático; de acuerdo a nuestro desarrollo espiritual, a partir de esta carta la secuencia puede mostrarnos un trayecto iniciático en vida, o puede literalmente mostrarnos la muerte literal y todo lo que podría venir luego de ella, si no realizamos esta labor iniciática y de desarrollo espiritual. Es decir, desde distintas miradas se ha acordado que esta carta puede llegar a ser la idea literal de muerte, pero que también puede ser encarnada de otras maneras no literales, ya sea de manera iniciática o metafórica.
Una de las cosas que caracteriza al concepto de «símbolo» es la amplitud que posee a la hora de ser caracterizado; a diferencia de un signo, el cual la imagen (significante) posee una relación literal y directa con el concepto al que alude (significado), en los símbolos esto no es así. Por un lado, un símbolo recibe una significación cultural, es establecido socialmente; entre distintas culturas, una misma imagen puede aludir a ideas distintas. Pero también recibe una significación psicológica, gatilla elementos de nuestro inconsciente9. Pero nosotros, como sujetos sociales, frutos de nuestro entorno histórico, recibimos esa definición cultural que se hace de una imagen simbólica, no inventamos ex nihilo una significación para una imagen simbólica. De acuerdo a nuestra experiencia de vida cada uno de nosotros puede tener distintas vivencias o interpretaciones de esa imagen culturalmente establecida, pero en nuestro reservorio psíquico si toda la vida hemos visto referencias de que una calavera representa peligro o muerte, eso no se borra, no deja de existir porque decidamos fingir demencia. La interpretación social de ese símbolo sigue existiendo. Por más que no nos guste, la Muerte existe y debemos aceptarlo.
- Juego de Triunfos es el nombre que originalmente recibió el mazo que hoy en día llamamos «tarot«. Veáse The Tarot Cards Painted by Bonifacio Bembo, Gertrude Moakley, 1964.. ↩︎
- Teogonía, Hesiodo, c. 739 A.C. ↩︎
- Las Religiones Orientales en el Paganismo Romano, R. Turcan, 1989. ↩︎
- https://ancientrome.ru/art/artworken/img.htm?id=1755 , Stefano De Caro, Museo Nacional Arqueológico de Nápoles. ↩︎
- https://wordswithoutborders.org/read/article/2016-09/september-2016-italy-the-act-of-naming-maaza-mengiste/ The Act of Naming, Maaza Mengiste, 2016. ↩︎
- Tractatus Logicus-Philosophicus, Ludwit Wittgesteinm, 1921. ↩︎
- https://www.letarot.it/The-Astral-Journey-of-the-Soul_pag_pg454_eng.aspx The Astral Journey of the Soul, Michael S. Howard. ↩︎
- The Game of Tarot, Michael Dummett, 1980. ↩︎
- La Imaginación Simbólica, Gilbert Durand, 1964. ↩︎
Fuentes
- La Vía del Tarot, A. Jodorowsky y M. Costa, 2005.
- Los 78 Grados de Sabiduría del Tarot Vol I: Arcanos Mayores, Rachel Pollack, 1980.
- The Game of Tarot, Michael Dummett, 1980.
- A Cultural History of Tarot, Helen Farley, 2009.
- The Tarot Cards Painted by Bonifacio Bembo, Gertrude Moakley, 1964.
- Enciclopedia of Tarot Vol I y II, Stuart Kaplan.
- La Historia del Tarot, Isabelle Nadolny, 2021.
- The Playing Cards: A Illustrated History, Detlef Hoffmann, 1972.
- The Birth of Europe, Jacques Legoff, 2003.
- Los Intelectuales en la Edad Media, Jacques Legoff, 1957.
- Los Triunfos, Francesco Petrarca, 1374.
- Las Religiones Orientales en el Paganismo Romano, R. Turcan, 1989.
- Teogonía, Hesiodo, c. 739 A.C.
- Historia de la Muerte en Occidente, Philippe Ariés, 1975.
- La Imaginación Simbólica, Gilbert Durand, 1964.
- Tractatus Logico – Philosophicus, Ludwig Wittgestein, 1921.
Fuentes online
- https://www.letarot.it/The-Astral-Journey-of-the-Soul_pag_pg454_eng.aspx The Astral Journey of the Soul, Michael S. Howard
- https://ancientrome.ru/art/artworken/img.htm?id=1755 , Stefano De Caro, Museo Nacional Arqueológico de Nápoles
- https://www.mmfilesi.com/el-tarot-6-la-muerte/ Marcos Mendez Filesi.
- https://wordswithoutborders.org/read/article/2016-09/september-2016-italy-the-act-of-naming-maaza-mengiste/ The Act of Naming, Maaza Mengiste.




